segunda-feira, 2 de fevereiro de 2009

Sanuma en espanol

Y como yo habia prometido, Sanuma en castellano!
Aprecien muchachos y muchachas!
Aloha!
Leo Jara

Sanumá, La Flor del Sueño

En un reino donde las abejas uruçús amarillas cargadas de néctar reposaban sobre las flores en todas partes, nadie jamás vio una flor tan linda y perfumada como Sanumá, también conocida como Flor del Sueño. Era bella y bondadosa como un árbol gigante que abre su capa de hojas delicadas y ofrece su sombra y frutos adulzados a todos. Era una india cuya belleza hacía que las otras mujeres pareciesen vulgares, avergonzando la vanidad de todas.
A pesar de sus encantos, Sanumá nunca encontró un hombre que le interesara interesase, porque eran todos desgarbados, frívolos y vanidosos, hinchados de orgullo y rígidos en su presunción. Un día, cansada de su soledad, Sanumá dijo a su padre, cacique de la inmensa nación Ianomâni:
- Gran maestro y padre Ianoama, sé que le debo obediencia , pero deseo ir al encuentro de mi destino. Partiré y no retornaré hasta encontrar a mi compañero.
El padre no se opuso. Sabia que en los extensos limites de su territorio y que a la vez las tribus vecinas vivían un prolongado período de paz y confraternización entre ellas. Sin poner obstáculos, Ianoama permitió la partida de su hija. Seleccionó la comitiva que la acompañaría: un rastreador, que conoce todos los caminos del bosque, un cazador, que se preocuparía de la alimentación, un soñador, que tiene la habilidad de comunicarse en todas las lenguas humanas, animales y vegetales además de enviar mensajes a través de los sueños, y el chamán Shipaya, un pajé de renombre por toda la selva amazónica.
Imbuida de su deseo , Sanumá recorrió las más variadas tribus y tabas en busca de alguien que saciase su sed de amor. Se decidió a explorar más allá de los límites de su reino y se adentró en las montañas llenas de vegetación más densa que se conoce. Entró en la floresta milenaria donde las raíces son profundas y cada árbol se curva sobre el peso de sus flores y oscila delicadamente en la atmósfera de los Dioses.
Allí encontró la tribu Bará, que se retiró al profundo de la floresta después de que el cacique Kinã perdiera la visión y pasara a guiar su tribu por el olfato. Fue en ese momento cuando conoció a Ninam, guerrero y cazador, hijo de Kinã. Ambos se miraran a los ojos y desearon permanecer así eternamente. Sanumá percibió inmediatamente en los ojos de Ninam que su búsqueda había terminado.
Una semana juntos fue más que suficiente para que Sanumá tuviera la más absoluta convicción de que Ninam era la respuesta a todas sus preguntas, el destino de todos sus caminos. En cuanto a Ninam, reconoció en Sanumá el camino que lleva al paraíso y que es usado solamente por los Dioses. No había fuerza alguna en la faz de la Tierra que los separara.
Sanumá retornó para comunicar a su padre su decisión de tener a Ninam como compañero y de su disposición de vivir en el corazón de la floresta. Ianoama al principio se desesperó solo al pensar en separar-se de su única hija, pero se quedó callado porque sabía que el coraje que es alimentado por el amor es imbatible. Fue a buscar Shipaya, chamán que había acompañado a Sanumá en su búsqueda y le pidió información sobre Ninam.
- Ianoama – dijo Shipaya – Él nació en el profundo de la floresta, y es en donde vive desde entonces. Su padre se llama Kinã, cacique de la tribu Bará. Él es bondadoso y leal. Bello como la Luna, posee la energía y el vigor del Sol. Es generoso como Gaia y tiene el coraje de un jaguar con crías, aunque también es paciente como el Tiempo. Él posee solamente un defecto y ningún otro: Ninam morirá dentro de exactamente un año.
El cacique se encontró con su hija le reveló las palabras de Shipaya y le sugirió que cambiase de idea.
- No te cases para su infelicidad, hija.
Sanumá contestó:
- No escogeré dos veces. Sea su vida corta o larga, en mi corazón ya tomé a Ninam como compañero.
Ante la determinación de la hija, Ianoama se calló. Debido al poco tiempo que restaba de vida a su futuro yerno, apuró los preparativos de la partida. Fue planeada para la mañana siguiente. Acompañaría a su hija de retorno al corazón de la floresta a fin de participar en la fiesta del enlace de la pareja. El cacique Kinã fue el primero en percibir el retorno de Sanumá. Su voz alegre y clara como el canto de un pájaro al amanecer llegó con el viento hasta los sensibles oídos de Kinã, que se quedó preocupado: ¿Cómo una chica tan dulce podrá vivir en una floresta tan densa?
- Ninam, hijo mio, escucha a tu viejo padre. ¿Cómo soportará ella vivir en la floresta?
- Mi sabio padre, tanto ella como yo sabemos que la alegría y el llanto siguen su curso dondequiera que estemos. Comprendeme, padre. No destruya mis esperanzas.
El ímpetu de las pasiones perturba los pensamientos y solamente el Tiempo consigue desatar los nudos del corazón. El amor es más difícil de domar que a un picaflor. Tanto Kinã como Ianoama lo sabían y sin demora realizaron la ceremonia de unión de sus hijos. Cuando el mejor se une a la mejor no puede dejar de haber felicidad. Repletos de amor cada día la alegría siempre se hacia presente. El año restante de vida de Ninam transcurrió tan rápido como el caer de una estrella. ¿ Que sabe sobre el paso del Tiempo una victima del amor?
Sanumá mantenía su secreto. Solo le restaba contar los días, que se escurrían como arena entre los dedos, hasta que solo faltó el postrero. En la víspera de la llegada de la Muerte, Sanumá no conseguió dormir, pasó la noche acurrucada, observando a su marido, hasta la madrugada.
Por la mañana le preparo el desayuno. Pan frutado, miel de jataí, frutos de massaranduba, una graviola bien madura, jugo de mastruz, ciruelas rosas y dulces como la brisa de las mañanas, semillas de girasol tostadas al sol y castañas de cajú asadas en la leña de Ipe. Sanumá no conseguía comer nada, sus pensamientos continuaban encerrados en aquella sala donde habia un letrero en la puerta: “ Hoy es el día”.
Cuando el sol estaba a un palmo de altura, Ninam decidió salir a cazar. La insistencia de Sanumá en acompañarlo lo hizo cambiar de planes. En vez de ir a cazar, Ninam decidió ir a pescar algunos peces en la cascada con ella. Los caminos estrechos y densos por entre los morros estaban descubiertos a los ojos a través del suave brillo del sol que conseguía penetrar en la floresta. Después de atravesar dos enormes morros, ven que aparece ella, la cascada de Jeribucaçú, un río mágico, eslabón del amor de dos océanos… Jeribucaçú y su cascada, un salto de agua mayor de que cualquier árbol milenario, con sus aguas calientes y ruidosas de color dorada era un ostensivo invite al buceo.
Saltaron, nadaron, bromearon. Nunca la Eternidad se detuvo tanto tiempo como en aquel momento. Ah, la Eternidad…Ella tiene sus raíces fuera del alcance de los hombres. Yama también acompañaba a la pareja en su alegría. Una alegría que podría hacer brotar orquídeas en el desierto. Ajena a todos estos espectadores y llena de dulzura, Sanumá observaba todas las vibraciones del espíritu de Ninam.
Cuando salieron del agua, Ninam sintió escalofríos. Secó su cuerpo con algodón extraído de un pié de Marcela y sintió que la cabeza le palpitaba. Se acostó en el regazo de Sanumá. La luz lo perturbaba y hacía que le ardieran los ojos. Al darse cuenta, Sanumá hizo sombra con su rostro. En la sombra, Ninam tuvo su última visión: el intenso brillo de los ojos de Sanumá. Al cerrar los ojos, su rostro se retorció y se empalideció por un momento. El color volvió a su tez. Con la cabeza apoyada en el seno de Sanumá, Ninam se durmió serenamente. Sanumá con la voz triste susurró homenajes de amor y agonía al indio que le robó el alma y la calma .
Del interior de la floresta, un hombre alto y fuerte observaba a Sanumá con sus ojos oscuros. Sanumá percibió su uña brillante como los reflejos de sol en el lago y una pintura resplandeciente como el brillo de las perlas cubrían su cuerpo. Yama salió de la floresta como la Luna saliendo del mar: majestuoso y todo vestido de blanco. Tenía para Ninam una mirada de paciencia y bondad, y esto tranquilizó Sanumá.
- Mucho se vive, poco se ve – dice Yama – Eterno plantador de flores y espinos en nuestro camino, el Dios del Amor. Con sus flechas con puntas en flor posee el más poderoso arco del mundo. Aunque sea hecho de cana de azúcar y su cuerda no sea más gruesa que el hilo de una telaraña, el veneno de estas flechas carga el mágico encantamiento del amor.
Las palabras de Yama sorprendieron y encantaron a Sanumá por su suavidad. Sin miedo, Sanumá declaró su sorpresa:
- ¡Siempre creí que usted era una mujer!
- ¡No hermanita! Las mujeres traen la Vida porque tienen más
sabiduría para transmitir a los curumins. Los hombres interumpen la Vida. Debemos relevar algunas actitudes masculinas debido a esta violencia ancestral hereditaria, muchas veces reprimidas en saludables torneos, necesarias cazadas, y en innombrables guerras. De los hombres brota la Muerte, mientras en las mujeres florece la Vida.
- Señor Muerte, yo soy Sanumá.
Yama sonrió y respondió con blandura:
- Yo los conozco a los dos, Flor del Sueño, desde hace mucho tiempo. Las otras vidas yo las recuerdo, usted no; pero ahora esta lanzada la flecha de mi tutela. Los días de Ninam están completos y yo vengo a buscarlo.
Yama colocó la mano en el pecho de Ninam en la altura del corazón y arrancó su alma, un ente no mayor que su dedo, que Yama amarró en su lazo. Cuando el alma de Ninam fue guardada, su cuerpo no respiró más. Yama se retiró para la floresta, pero Sanumá lo siguió, caminando a su lado. El paró y le dijo:
- Vuelve, Flor del Sueño, y prepara el funeral.
- Oí decir que fue el primer hombre en morir que encontró el camino de la morada que no puede ser más habitada.
- Es verdad – dice Yama -, pero ahora vuelve, Flor del Sueño. No puedes seguirme más. Estas libre de cualquier compromiso o eslabón con Ninam.
- Todos los que nacen deben un día seguirlo, señor. Permítame acompañarle solamente un poco más, como su amiga.
Yama paró y, volviendo lentamente, miró a Sanumá. De su cuerpo exhalaba un olor de una orquídea al rocío de la primavera. Recordó el casamiento infinitamente feliz había visto apenas algunas horas atrás en la cascada.
- Tienes razón, Flor del Sueño, no tienes miedo de mí. Acepto tu amistad, acepta en cambio una dádiva mía. Pero no puedo devolver la vida de Ninam
- La amistad solamente se puede consumar después de dar juntos once pasos – dice Sanumá – Que la ceguera de Kinã lo abandone.
- Ya lo abandonó. Ahora vuelva, pues estás cansada.
- Ni un poco. Estoy con Ninam por última vez. Dame permiso para caminar con usted un poco más.
- Yo te doy. Yo siempre quito, mas es bueno poder dar. No es difícil dar. Cuando la vida llega al final y todo precisa ser entregado, se comprende que dar no es difícil.
Caminaron rumbo al Norte, llegaron al borde de un río. Yama dio de beber a Sanumá de su propia mano. Ofreció a Sanumá visiones de otras vidas suyas. Pasadas o venideras, era solamente cuestión elegir. Gentilmente Sanumá recusó el regalo.
- Durante la vida, Sanumá, existe el dolor, pero no después de la muerte. Lo que es muy difícil es encontrar alguien digno de recibir. Yo ya miré a todos. Y, sin embargo esta agua no es más límpida que tu corazón. Tú luchas por lo que deseas, tú decides y eliges tu camino. No te rindas. No desees ser ninguna otra persona. Hace mucho que no veo esta actitud. Puedes hacer un pedido Sanumá, todo menos la vida de Ninam.
- Que mi padre Ianoama viva tanto como un Jatobá y tenga una centenar de hijos.
- Él los tendrá – aseguró Yama – pero pídeme algo más, algo para tí misma. Todo menos la vida de Ninam.
Sanumá respondió:
- ¡Qué yo tenga también cien hijos de mi marido!
Yama se paró delante de una Ibirapitanga milenaria y se quedó contemplándola. Sanumá no sabía decir que fue lo que le impresionó . Si sus palabras o el gigantesco árbol de grueso tronco colorado.
- Flor del Sueño, tú me respondiste sin pensar. ¿Cómo has de tener hijos con Ninam si él esta muerto? ¿no has pensado en esto?
- No.
- Sé que no. Pero no hay más vida en él. Está todo acabado.
- Por eso mismo, señor, no he pedido nada para mí. Yo que estoy mitad muerta y no anhelo siquiera el cielo.
Yama suspiró…
- Los favores nunca piden para un hombre verdadero. Soy absolutamente imparcial para todos los hombres. Yo, más que nadie, sé lo que son la verdad y la justicia. Sé que todo el pasado y todo el futuro se mantienen unidos por la verdad. ¿Cuanto vale tu vida sin Ninam?
- Nada señor.
- ¿Me entregarías mitad de sus días en la Tierra?
- Si, ellos son suyos.
Nuevamente Yama dirigió una mirada profunda a Sanumá. Ella sintió el peso de la mirada sobre su cuerpo. Por fin Yama dijo:
- ¡Está hecho! Pues más fuerte que la muerte es el amor, y más largo que la vida es la salud de la persona querida. Tomé sus días y entregué a su marido como si fuesen de él. ¿Quieres que te diga el número de esos días?
-No. Nadie mejor que yo que conoce la angustia de mirar el Tiempo correr desesperadamente en su dirección.
- El alma de Ninam descansa contigo, Flor del Sueño. Tendrás que llevarla de vuelta tú misma. Pero, antes de partir, hazme un poco de compañía y yo te mostraré el manejo de las armas mortales de los Dioses.
Sanumá aprendió muchos mantras y encantamientos. Mantras que podrían sacar un alma dentro de un cuerpo y ponerlo afuera con solo pulsar la palma de la mano. Yama reveló su verdadero nombre a Sanumá, pero advirtió que ella nunca podría pronunciarlo indiscriminadamente, porque podría traer una destrucción inimaginable. Si él fuera revelado, toda la virtud y todo el poder de las palabras desaparecerán instantáneamente y para siempre. Después Sanumá reveló todo este conocimiento a Shipaya y él se encargó de incorporar estos conocimientos en la sabiduría milenaria secreta de los chamanes.
Yama se despidió de Sanumá y prosiguió solo, hacia el Reino de los Muertos, con un cordón que nada contenía. Ya era oscuro cuando Sanumá volvió a una selva densa y siniestra, donde las hojas murmuraban ferozmente al viento de la noche. El cadáver de Ninam permanecía gélido a la luz de las estrellas. Ella colocó la cabeza de su marido en su regazo y sintió la piel calentarse al contacto con su delicado cuerpo. Ninam abrió los ojos y miró a Sanumá con la felicidad que contiene una mirada después de matar una larga saudade.
- Pasé el día durmiendo, mi Flor. Tuve un sueño extraño y en él yo estaba siendo llevado…
- Eso ya pasó – dice Sanumá.
- ¿No fue un sueño?
- Ninam yo puedo deshacerme de mi misma, pero jamás de ti. Es tarde, debemos volver. Hablaremos cuando lleguemos a casa.
Yama había vuelto. Oculto en la floresta quería solamente mirar el reencuentro de la pareja. Luego dirigió su mirada a la oscura densidad de la floresta y dijo:
- ¿Por qué me miras tanto, Eternidad? ¿Crees que perdí el tino con la vejez? Este casal transmitió a todos el verdadero éxtasis de vivir. Intentar contener este amor ha sido lo mismo que exprimir un torbellino en los brazos. ¿Por qué siempre hay indecisiones y dudas en las cosas del Amor?
De la oscuridad salió la Eternidad involucrada con su disfraz casi impenetrable. Caminó junto con Yama. Descendieron y se sentaron en la aplacible orilla del río. Son los rayos de luna los que existe a la noche que devele los verdaderos colores de todo lo que existe. La Eternidad sonrió viendo como el río fluía en su frente. Una sonrisa placentera que hizo brillar su rostro.
- El hombre no representa su papel en la Tierra por lo que hace y dice, sino por lo que es. El verdadero guerrero es consciente de su armonía con el camino. Por un intenso SER es realizado el más extenso HACER. Sin esa esencia, sin esta luz, puede el hombre mirar todas las cosas externas y no comprender nada, así como un analfabeto puede hojear los mayores libros de la humanidad sin entender nada.
- No necesita justificarse Yama. Si hubiese alguna causa para el Amor, él es mi viejo amigo de otra vida y se irá conmigo después cualquier pequeño atrito. Pajarita que se inclina ya tiene el vuelo pronto. Esclarézcame una cosa Yama: ¿Qué es esta vida loca que corre por los cuerpos humanos como fuego?
- La vida es como un hierro caliente, fundido; presto a ser derramado. Elija el molde y la Vida lo abrasará. Los actos externos no tienen valor por si mismos, pero sí por la actitud interna. Para ser benefactor de la humanidad, solamente es preciso ser bueno.
Yama limpió el polvo con el viento, se sentó sobre un puñado de hojas largas de hierba y aprovechó para preguntar a la Eternidad:
- Y usted, que desprecia el Tiempo; ¿ no se cansó de existir?
- El Tiempo es un océano sin fin; ¿dónde hallar una isla? La vida pasa y es inestable. A veces, Yama, oigo el viento pasar y solamente por oír pasar el viento, pienso que vale la pena existir. Tengo el egoísmo natural de las flores, preocupadas solamente por florecer.
-Eternidad, usted que es mucho más experta que yo, y que se quedará aqui después de mi partida, aclárame de una duda: ¿Conoce alguien el Futuro?
- Nada sé sobre el Futuro, Yama. Como usted, tengo paciencia y espero que Él venga a mi encuentro. Tengo como compañero el Presente, momento único en que la gente puede crear y recrear nuestro camino a nuestra imagen y semejanza, vestirse con todos los colores, saborear todos los sabores y entregarse a todos los amores sin prejuicios, ni vergüenza. Esa tiempo tan fugaz en la vida de la gente es único, se llama Presente y tiene la duración del instante que pasa. La vida reside en el instante. No pierda un solo instante, haga rápido lo que desea, pues la alegría es efímera como el rocío en verano.
Y no dijo nada más. El murmullo de la suave melodía del riachuelo quedó sustenido sobre el profundo silencio, y todo se quedó oscuro como la media noche; quieto y tranquilo como cuando un Dios duerme.

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